domingo, 29 de abril de 2012

EL AGOTAMIENTO DE LOS RECURSOS NATURALES


EL AGOTAMIENTO DE LOS RECURSOS NETURALES Y EL TRANSPORTE DE ALIMENTOS

La situación por la que pasan los países hoy en día, nos está llevando a un déficit ecológico en el planeta: gastamos más de lo que la tierra puede producir. Estamos agotando los recursos naturales: contaminamos aguas, desforestamos bosques y acabamos con especies que no le damos tiempo a reproducirse.
En los países desarrollados, siempre se ha consumido más de lo que se produce. El consumismo: un tren de vida alto, y no querer renunciar a ciertos privilegios, nos está llevando a una grave situación en el aprovechamiento de recursos. Estados Unidos, unos de los grandes consumidores y contaminadores del planeta, no quiere renunciar a perder poder económico a costa de cuidar el medio ambiente, prueba de ello es que se negó a firmar el acuerdo de Kyoto. Las grandes potencias y las economías emergentes (Brasil, China…) no están dispuestas a renunciar a su crecimiento del PIB por “unos árboles, unas ballenas o simplemente cuidar un viejo planeta”.
Hemos pasado de consumir de forma racional, con los recursos que teníamos más cercanos, a “devorar” todo aquello que nos llega, sin pararnos a pensar en sus consecuencias. Hoy muchos de los productos que consumimos en los países desarrollados, nos llegan de los países emergentes; esto, conlleva un gasto en el transporte, no sólo económico (se recupera en su venta) sino en recursos naturales. Para el transporte se usan los derivados del petróleo, un bien escaso, que además en su combustión crea gases invernaderos como el CO2, provocando el calentamiento progresivo del planeta. Muchos de los alimentos que consumimos recorren distancias superiores a los 5.000Km. Nos estamos acostumbrando a tener de todos los productos durante todo el año, lo que provoca una importación masiva de productos de lugares lejanos. La inmigración también ha influido en que productos autóctonos de algunos países se importen al lugar de acogida de los inmigrantes, la gastronomía y cultura, hace que muchas compañías hayan visto en estas importaciones un negocio creciente.
Grandes países miran más por sus economías que por el futuro del planeta, Países como China, no reparan en contaminar para que su crecimiento sea mayor. Esto ha provocado un aumento en el consumo de materias primas, entre ellos el petróleo, por lo que si antes no llegábamos con los recursos que teníamos, hoy somos más consumiendo, lo que se traduce en un mayor gasto en los recursos limitados que nos da la naturaleza. Recursos que se han tardado muchos miles de años en generar, y que nuestro afán, es acabar con ellos. Preferimos vivir en un estado de bienestar “ficticio”, que cuidar los recursos que poseemos; mientras vamos agotando los recursos, no pensamos en las generaciones venideras, que son las que tendrán que vivir con los recursos que dejemos.
La población mundial va en aumento. El consumo se ha disparado y hay muchas regiones del planeta que no poseen suficientes recursos para sobrevivir. El continente africano es prueba de ello; mientras en Europa o Estados Unidos derrochan recursos, otras regiones pasan penurias. Grandes multinacionales se han instalado en África o Nueva Zelanda, por ejemplo, y viven de cultivos extensivos, con varias cosechas al año, lo que provoca un empobrecimiento en la tierra, que después de varios años queda yerma, además de la desforestación y cambio de ecosistemas que se realizan para hacer estos campos de cultivo; mientras, las multinacionales se enriquecen exportando los productos y marchándose cuando ya no pueden producir más, dejando países en miseria y sin recursos de subsistencia. Esto ha hecho un gran auge en el transporte de mercaderías, pero también en contaminación y gasto de recursos. España, por ejemplo, importa fruta, piensos y otros productos de América latina, cuando muchos de los productos que importamos los podríamos producir aquí. El campo español se ve afectado por estas importaciones, sufriendo un retroceso del sector rural y empobreciendo zonas rurales, que se ven abocadas a desaparecer.  
Si no miramos por los recursos que tenemos más próximos, y cambiamos nuestros hábitos de consumo, acabaremos con el planeta. Hemos de concienciarnos que los recursos son limitados, que no podemos seguir llevando el ritmo de consumo en el que vivimos. Si compramos productos de temporada, los productos que tenemos más cercanos, esto ahorrará tener que traerlos. Evitará gasto de transporte y reduciremos contaminación. Evitaremos agotar recursos que nos da el planeta y que estamos expoliando. Hemos de pensar que cuando arrasamos montes para construir urbanizaciones de recreo, estamos también agotando recursos hídricos de la zona por el aumento de la población del lugar. Cuando cambiamos cultivos de secano en regadío, hemos de tener en cuenta la zona, ya que un área escasa de lluvia supone un aumento de los recursos fluviales y de extracción de aguas subterráneas de la región donde se crean, causando la contaminación de estas aguas con el tiempo, a no poder regenerarse sus cursos naturales.
Si queremos tener un “mañana”, tenemos que cuidar el “hoy”. Si cuidamos el planeta, éste nos dará lo que necesitamos. Nos proveerá de las cosas necesarias para la vida. Pero mientras imperen las necesidades económicas de muchos países que van asociadas a los intereses de la multinacionales, esto será difícil. Las multinacionales apoyan a los políticos en sus campañas para llegar a los gobiernos, y éstos a su vez les han de devolver el favor, permitiéndoles cualquier atrocidad de los recursos para enriquecerse. Acaban con selvas, como la de la amazonia, el pulmón del mundo decían, hasta que algún día deje de funcionar y ahí vendrán nuestros problemas. Hemos de cambiar por las generaciones venideras y, si no, no tendrán recursos de subsistencia para continuar la vida en el planeta tal y como la conocemos. La pregunta sería ¿Qué herencia queremos dejar?

sábado, 14 de abril de 2012

TALLER DE ESCRITURA CREATIVA(2)


Un paseo por Barcelona


    Era una mañana gélida del mes de enero. El cielo, de un gris plomizo parecía abarcarlo todo a su alrededor. Un grupo de turistas, sonrientes, entraban por la boca de una parada de metro situada en el centro de la ciudad. Yo, entraba tras ellos, pero no nos  imaginábamos el viaje que nos aguardaba.
Al adentrarnos en el laberíntico mundo subterráneo del suburbano, todo parecía cobrar vida. Fuera en la calle todo sugería un ambiente fúnebre; mientras que, allí, en el interior, fluía un mundo maravilloso de vida: la luz resplandecía de una manera mágica. Los turistas parecían sorprendidos, yo intentaba acercarme a ellos e intentaba escuchar sus comentarios. Daba la sensación que entrábamos en un mundo diferente al de la calle, todos estábamos extrañados de aquella atmósfera que discurría en los pasillos. Al bajar al andén, el ambiente seguía siendo maravilloso y acogedor.
El convoy que formaban los vagones se detuvo, al abrirse las puertas, sorprendentemente, nadie bajó. Subimos al vagón, y el grupo de turistas y yo, nos repartimos por los asientos que a esas horas tempranas de la mañana, estaban sin ocupar. El tren arrancó y, cuál no sería mi sorpresa cuando la voz en off que anuncia las paradas dijo por los altavoces: “Próxima parada, visita por Barcelona”.
Al adentrarse por el arco del túnel, esta vez no había oscuridad, sino que un mundo nuevo nacía. Un mundo fantástico e irreal. Ninguno, ni el grupo de turistas ni yo, podíamos creer lo que estaba sucediendo: un viaje en el tiempo nos descubría una Barcelona diferente. Una Barcelona de tranvías y calles empedradas. Las personas paseaban observando las obras que, poco a poco, iban transformando la ciudad en su entrada hacia  el siglo XX. Comenzaba las obras que Idelfons Cerdà había diseñado, para lo que más tarde sería el Eixample. También se estaba acabando la construcción de las Torres Venecianas para la Exposición Universal, que estaba a punto de celebrarse. Todos los que viajábamos en aquel tren estábamos disfrutando de un viaje por el tiempo. ¡Habíamos retrocedido un siglo! Estábamos viendo la construcción de Barcelona. ¡Era fantástico! Con este tren viajábamos por la plaza España y, enfilábamos la Gran Vía. La avenida con sus edificios modernistas nos envolvían hasta llegar a la Plaza Universidad. Allí, majestuosa estaba la Universidad de Barcelona. Bajamos por la calle Pelayo, para llegar a las Ramblas; continuamos Ramblas abajo para pasar por delante del Liceo y momentos después llegar a Atarazanas y Colón, para finalmente, oler la brisa marina que ascendía del Moll de Espanya y Moll de la Fusta.
El viaje se acabó, cuando uno de los turistas, me preguntó si me encontraba bien, y en ese momento desperté, y el viaje que estaba realizando finalizó. Pero lo cierto es que grupos de turistas viajan en metro cada día. Su recorrido subterráneo por la ciudad, hace que se sumerjan  en un mundo diferente al exterior. Donde cualquier historia puede pasar. Puedes escuchar música en sus pasillos, o se puede ir a visitar muchas de las exposiciones que se realizan en diferentes salas que hay para ello. Además ¿Quién me puede asegurar que mi viaje no fue real? ¿Por qué no puedo pensar que haya personas, que dormidas en el metro, tengan sueños parecidos?  Los fines de semana que voy a trabajar temprano y sobre todo los días de invierno, el metro a esas horas va casi vacío, pero siempre hay personas que sentadas y con la cabeza apoyada a la barra, van durmiendo, y quizás ellas también viajen en el tiempo, o sueñen con otro lugar que les traiga buenos recuerdos, pues el traqueteo del vagón es buen mecedor para dejar volar la imaginación.

lunes, 9 de abril de 2012

CARTA AL PADRE


Águilas (Murcia), abril de 2012

Querido papá:

Te escribo esta carta para hacer una reflexión sobre mi educación. Prefiero escribirlo y que tú los leas, ya que hablarlo cara a cara contigo me podrías ir cortando, y puede que haya cosas que se me olviden o pierda el hilo de lo que quiero decirte.

Antes de analizar lo que has sido tú para mí, y la educación recibida en casa, quiero agradecer vuestro comportamiento hacia mí. Gracias a esas vivencias, he forjado un carácter, pienso, que fuerte. Soy capaz de enfrentarme a los obstáculos de la vida, con ánimo y sin desfallecer en el intento de superarlos; de aprender, a pesar de que ya no soy un niño. Aprender que cada día nuevo, trae cosas nuevas por descubrir. Ansiar buscar el por qué de las cosas (todo tiene un ¡por qué!) para avanzar un peldaño más en esa larga escalera que es la vida (aunque haya personas que no lleguen a subirla entera).

Después de agradecer esa educación y vivencias a vuestro lado – tuyo y el de mamá- ­empezaré a analizar, para bien o para mal, lo que han sido los aciertos y errores, que desde mi punto de vista has cometido en mi educación.

Empezaré desde el principio, desde que tengo recuerdos de mi niñez. Yo era un “trasto”, el pequeño de los dos hijos que tenías. Yo era el travieso, el inquieto, el que aprendía las cosas del mayor, el que se llevaba las reprimendas, cuando éramos los dos lo que hacíamos las trastadas (mi hermano tiraba la piedra y escondía la mano). Yo era el que no hacía caso, el rebelde. Tal vez podrías haber pensado que yo llegaba a un lugar donde tenía que ganarme el sitio. Vosotros erais tres, vivíais tranquilos (mi hermano, según vosotros, siempre fue un niño ejemplar); yo llegué para romper esa tranquilidad, esa armonía, que vosotros decíais tener antes de mi llegada.

Siempre me echabas en cara lo que trabajabas, y que con lo cansado que llegabas no tenías tiempo de jugar con nosotros, que siempre estábamos haciendo ruido, (yo hacía ruido, mi hermano, no), que me fijara en mi hermano que siempre se portaba bien y no daba guerra, como si mi carácter inquieto pudiera parecerse, ni en un momento, al carácter sosaina de mi hermano. Él era el bueno, pero yo ahora te pregunto: ¿el bueno de qué?, o, ¿el bueno, por qué? Porque no os contradecía y hacía las cosa a vuestra espaldas. Porque no se metía en líos. Porque era más responsable (según vosotros).Pero tú no me dabas el tiempo que a él le habías dado. Simplemente me comparabas con él. Tú no podías pensar, que a mí me gusta ser como soy. La gente que se paraba con mamá y conmigo cuando íbamos al mercado, todas estas personas coincidían en que era muy simpático, que me reía con cualquiera, lo gracioso que era, claro, igual eso para ti era llamar la atención y ser un maleducado.

Según iba creciendo, se acentuaba esas comparaciones con mi hermano. Tú no podías admitir mi rebeldía, yo siempre cuestionaba los hechos. Yo era el que buscaba las dificultades donde no las había, el que no entraba en razones, tus razones; quizás, y desde la perspectiva que ahora con el tiempo tengo, tú no me sabías explicar esos hechos. Ese por qué las cosas son de una forma y no de otra, era más fácil el ordeno y mando. No sabías o no tenías el tiempo y la paciencia de explicármelo, siempre trabajando, siempre la excusa del cansancio; quizás ¿ser padre no es también un trabajo? Los niños no venimos al mundo porque queramos, sino que son los padres los que nos traen, y ello conlleva una responsabilidad – eso es lo que pensé yo cuando decidí tener un hijo -, y vosotros en vuestro tiempo ¿qué pensabais? ¿Qué llegábamos sabiendo? ¿Qué sabíamos cómo comportarnos?  Pues, no. Íbamos aprendiendo según crecíamos de nuestro entorno, los niños por naturaleza son curiosos, y yo de niño también, y los padres están para dar respuestas a las preguntas de los hijos.

Pero como de todo se aprende, llegué a mi adolescencia, y la cosa no mejoró, porque según tú siempre te daba “quebraderos de cabeza”. Yo intentaba explicarte, desde mi punto de vista el por qué hacía las cosas como las hacía, pero tú en vez de intentar razonar conmigo, imponías tu ley, imponías tu poder para que las hiciera de la forma que tú querías, sin pararte a pensar que tal vez yo no estuviera tan equivocado. Pero para ti era más fácil y más cómodo, que yo entrara en tu mundo, sin reparar que yo quería vivir el mío.

Era adolescente y ya trabajaba. Maduraba a ritmos forzados. Aprendía de la gente que me rodeaba – todos mayores que yo – por lo que quería hacer lo que ellos. Pero tú no lo entendías, o si lo entendías no me lo explicabas. Para ti era más cómodo regañarme e imponer tu voluntad, para tenerme a tu lado y que no saliera a divertirme. Trabajar sí, pero salir de fiesta con amigos, no. Según tú, todos querían aprovecharse de mí, todos se iban a reír porque era el más pequeño y sólo me podían enseñar cosas malas. Luego me dejarían solo y no estarían a mi lado; aún hoy, escribiéndote esta carta me vienen a la memoria tus palabras: “Los amigos están en los momentos buenos, pero en los malos, es la familia la que siempre está ahí”. Con el tiempo he aprendido que a los amigos los eliges tú, mientras que la familia naces con ella impuesta. Esto no quiere decir que no esté orgulloso de la familia que me ha tocado. La verdad es que para mí vosotros habéis sido un ejemplo de sacrificio para sacarnos adelante a mi hermano y a mí. Pero ha habido formas en vuestra manera de educarme, que hoy yo pienso, habéis errado. Siempre has querido que fuera como mi hermano, nunca vistes que cada uno es como es. Él era más tranquilo, más cerebral, pensaba como actuar para que te sintieras orgulloso de él, pero yo que salía con él, veía que fuera de tus miradas, él se comportaba de modo diferente, más espontáneo y no de forma tan diferente a mi comportamiento. Yo en cambio protestaba  tus decisiones, y aunque te enfadabas conmigo, no me explicabas el porqué debía hacer las cosas como tú querías, así que a pesar de tu enfado hacía las cosas a mi manera. Esto conllevaba un enfrentamiento entre los dos, que como siempre ganaba el que estaba más alto en la jerarquía, el padre. Pero para mí también era un triunfo, ya que conseguía que la siguiente vez pudiera hacerlo, a pesar de tu oposición la primera vez.

No me gustaría que tomaras esta carta como reproche a la forma de educarme. Ni que te culpo de como hoy son las cosas al tratarnos, yo creo que tenemos confianza para decirnos las cosas; simplemente reflexiono de cómo eras tú, y la forma de educación cuando yo era joven. De cómo yo, no cometa los errores que cometisteis vosotros en mi educación con mi hijo.

Yo le dejo volar, porque los hijos crecen y hay que dejarlos marchar, claro que antes un hijo era un sueldo más en casa, y hoy, lo que queremos algunos padres, es que ellos anden su propio camino.

No quiero acabar la carta sin agradecerte lo mucho que he aprendido de ti, con tus errores y aciertos, has conseguido que yo sea como soy. Me considero buena persona, preocupado por lo que sucede a mi alrededor. He sido capaz de crear mi propia familia; y espero que un día mi hijo pueda escribirme una carta como ésta que te escribo yo a ti hoy. Sin resentimiento e intentando comprender las dificultades que en su día te encontraste para sacarnos adelante.

Dicen que de un buen libro se aprende. Pero de la lectura de un mal libro también se puede aprender. Yo aprendí leyendo del libro que tenía más cercano, no sé si bueno o malo, y aunque tenía tachones, yo creo que aprendí lo suficiente para salir al mundo. Aprendí lo que era la vida, la forma de afrontar los problemas que van con ella –aunque la mía muy diferente a la tuya-, que la vida no es un camino de rosas, sino que para llegar a la rosa primero hay que sortear las espinas.

Recibe un beso con todo el amor de tu hijo

JAIME


P.D. Siempre te agradeceré el que hayas luchado por mí, incluso cuando el que se equivocaba era, yo.