Un paseo por Barcelona
Era una mañana gélida del mes de enero. El cielo, de
un gris plomizo parecía abarcarlo todo a su alrededor. Un grupo de turistas,
sonrientes, entraban por la boca de una parada de metro situada en el centro de
la ciudad. Yo, entraba tras ellos, pero no nos imaginábamos el viaje que nos aguardaba.
Al adentrarnos en el laberíntico mundo subterráneo del
suburbano, todo parecía cobrar vida. Fuera en la calle todo sugería un ambiente
fúnebre; mientras que, allí, en el interior, fluía un mundo maravilloso de
vida: la luz resplandecía de una manera mágica. Los turistas parecían
sorprendidos, yo intentaba acercarme a ellos e intentaba escuchar sus
comentarios. Daba la sensación que entrábamos en un mundo diferente al de la calle,
todos estábamos extrañados de aquella atmósfera que discurría en los pasillos. Al
bajar al andén, el ambiente seguía siendo maravilloso y acogedor.
El convoy que formaban los vagones se detuvo, al
abrirse las puertas, sorprendentemente, nadie bajó. Subimos al vagón, y el
grupo de turistas y yo, nos repartimos por los asientos que a esas horas
tempranas de la mañana, estaban sin ocupar. El tren arrancó y, cuál no sería mi
sorpresa cuando la voz en off que anuncia las paradas dijo por los altavoces: “Próxima
parada, visita por Barcelona”.
Al adentrarse por el arco del túnel, esta vez no había
oscuridad, sino que un mundo nuevo nacía. Un mundo fantástico e irreal. Ninguno,
ni el grupo de turistas ni yo, podíamos creer lo que estaba sucediendo: un
viaje en el tiempo nos descubría una Barcelona diferente. Una Barcelona de
tranvías y calles empedradas. Las personas paseaban observando las obras que,
poco a poco, iban transformando la ciudad en su entrada hacia el siglo XX. Comenzaba las obras que Idelfons Cerdà
había diseñado, para lo que más tarde sería el Eixample. También se estaba
acabando la construcción de las Torres Venecianas para la Exposición Universal,
que estaba a punto de celebrarse. Todos los que viajábamos en aquel tren
estábamos disfrutando de un viaje por el tiempo. ¡Habíamos retrocedido un siglo!
Estábamos viendo la construcción de Barcelona. ¡Era fantástico! Con este tren viajábamos
por la plaza España y, enfilábamos la Gran Vía. La avenida con sus edificios
modernistas nos envolvían hasta llegar a la Plaza Universidad. Allí, majestuosa
estaba la Universidad de Barcelona. Bajamos por la calle Pelayo, para llegar a
las Ramblas; continuamos Ramblas abajo para pasar por delante del Liceo y
momentos después llegar a Atarazanas y Colón, para finalmente, oler la brisa
marina que ascendía del Moll de Espanya y Moll de la Fusta.
El viaje se acabó, cuando uno de los turistas, me
preguntó si me encontraba bien, y en ese momento desperté, y el viaje que
estaba realizando finalizó. Pero lo cierto es que grupos de turistas viajan en
metro cada día. Su recorrido subterráneo por la ciudad, hace que se sumerjan en un mundo diferente al exterior. Donde cualquier
historia puede pasar. Puedes escuchar música en sus pasillos, o se puede ir a
visitar muchas de las exposiciones que se realizan en diferentes salas que hay
para ello. Además ¿Quién me puede asegurar que mi viaje no fue real? ¿Por qué
no puedo pensar que haya personas, que dormidas en el metro, tengan sueños
parecidos? Los fines de semana que voy a
trabajar temprano y sobre todo los días de invierno, el metro a esas horas va
casi vacío, pero siempre hay personas que sentadas y con la cabeza apoyada a la
barra, van durmiendo, y quizás ellas también viajen en el tiempo, o sueñen con
otro lugar que les traiga buenos recuerdos, pues el traqueteo del vagón es buen
mecedor para dejar volar la imaginación.
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